Hoy es domingo, pero un
domingo muy raro. Todo a mi alrededor está alterado, todo son carreras, voces,
vecinos buscando a sus hijos, familias cargadas de bultos, huyendo de sus
casas.
Yo quería ir a buscar a
Juanito y a Paco para jugar, como todos los domingos, pero mi mamá no me ha
dejado. Llevamos unos meses muy mal, desde que mi papá se fue a defender a la
República y la Democracia, como dice mi mamá, todo ha cambiado. Ya no somos
felices, ya no estamos tranquilos, ya no hablamos con casi nadie, ya casi no
voy al cole, ya no me deja salir de casa, …, y hasta pasamos hambre.
Hoy es domingo, 7 de
febrero de 1937, y aunque solo tenga cinco años, veo que no es normal todo lo
que está sucediendo. Veo un continuo trajín de mujeres entrando y saliendo, veo
a mi madre como llora al mirarme. Hoy es un simple 7 de febrero, pero parece
que es el último día de la humanidad.
Se abre la puerta y entra
mi tío Antonio, le dice a mi mamá que lo acompañe a la cocina. Cierran la
puerta, pero me voy a escuchar lo que dicen. Tengo frío, estoy asustado, ¿qué
está pasando?
Mi tío dice, escucha
Enriqueta, mañana llegarán a Málaga unos 25.000 soldados fascistas, son
alemanes, italianos, moros y los nacionales. El general Queipo de Llano ha
dicho que arrasarán Málaga, que violarán a las mujeres y que matarán a los
hombres que hayan tenido algo que ver con la República. Tienes que irte, por aquí todos saben que tu
marido es socialista e irán a por tí. Coge a Rafalito y vete, vete ya, por la
carretera de Almería, no cojas nada, sólo al niño, y vete. ¿Me has escuchado?,
vete ya, le dijo, gritando esto último.
Yo empecé a llorar,
salieron y me vieron acurrucado al lado de la puerta, llorando y sin entender
nada, pero con una sensación de que se acababa el mundo, ... y no sabía la
razón, de toda aquella sin razón.
Mi tío Antonio se
despidió, le dijo a mi mamá que se iba a esconder en un cortijo de Alhaurín,
volvió a insistir en que nos fuéramos ya, y él se fue, literalmente, corriendo.
Vámonos, me dijo mi mamá.
Hijo mío, nos tenemos que ir, me volvió a decir, acariciándome el pelo. Coge
los zapatos y el abrigo, y nos vamos.
Pero, ¿a dónde?, ¿cómo?,
¿por qué?, …, le preguntaba, sin tener ninguna respuesta, ya que ella estaba
cogiendo una sábana, metiendo cosas dentro y haciendo una especie de saco con
ella.
Rafalito, ¿me has
escuchado?, que nos vamos ya, haz lo que te he dicho, me repitió, esta vez a
gritos. Yo estaba paralizado, no podía moverme, tenía solo cinco años, pero me
daba la sensación que a partir de ese día nunca nada sería igual. Me sobrepuse
como pude, e hice lo que me dijo, cogí los zapatos y me puse el abrigo.
A continuación me dijo que
me quedara allí quieto, sin moverme de la silla y salió al patio. Escuché como
se abrazaba y lloraba con la Paca, con Carmen, con Isabel, …, llorando volvió a
la casa, me agarró de la mano, tiró de mi con fuerza, y llorando, ahora los
dos, nos fuimos de nuestra casa, sin mirar hacia atrás y sin saber si alguna
vez volveríamos a verla, o incluso, si volveríamos a ver amanecer un nuevo día.
A partir de ahí viví, la
semana más trágica que se pueda vivir, la semana que nunca olvidaré, aunque
tuviera quinientos años, la que me hizo hacerme adulto, sin pasar por la niñez,
la que he recordado cada una de las noches de mi vida, y que estoy seguro que
recordaré, en las que me quede por vivir.
Fueron siete días de
horror, de espanto, de pánico, de sangre, de violencia, de muerte, de desgarros
familiares, de un lloro continuo que hacía imposible escuchar cualquier otra
cosa que no fueran gritos o bombas. Bombas de aviones, bombas de barcos, sonido
de ráfagas de disparos hacia nosotros.
Nunca, nada ni nadie,
podrá imaginar algo más espantoso que ver como matan a miles de mujeres que
huían corriendo y desesperadas, cubriendo con sus cuerpos a sus hijos y
ancianos padres, para salvarlos de la muerte y ser ellas quienes morían.
Así fue, así pasó, así lo
sigo viviendo todos los días en mi cabeza. Machaconamente, repetitivamente.
Salimos corriendo para el
centro de Málaga, nosotros vivíamos en lo que ahora es Dos Hermanas. Yo pensé
que íbamos al centro, a casa de mi tío Federico, pero me equivoqué, no pasamos
por el centro, nos dirigimos por el puerto, camino a algún lugar que yo no
conocía, que nunca pasé por allí, …, pero no estábamos solos, no. Aquello, efectivamente, era un auténtico éxodo
de malagueños que corrían a ninguna parte.
Aquella situación era
dantesca, decenas de miles de personas nos agolpábamos por esas pequeñas
calles, casi corriendo, y casi todos teníamos la misma fisonomía. Mujeres
cogiendo a sus hijos de las manos, con sus ancianos padres y madres al lado y
llevando, casi con los dientes, algunas pertenencias que se negaban a dejar
olvidadas.
Decenas de miles de niños
que no sabíamos la razón de aquello, que solo íbamos corriendo por una
carretera que no sabíamos a donde nos llevaba, en un estado de dolor, de rabia,
acompañado del sufrimiento de los mayores.
Una carretera que no
sabíamos a dónde conducía, ... maldita carretera de Almería.
Maldita carretera en la
que vi, con mis cinco años, morir a cientos de personas, mujeres jóvenes, niños
pequeños, dulces ancianos. Vi desangrarse a un niño, mientras mi mamá intentaba
socorrerlo, vi muchos trozos de cuerpos humanos dispersos por esa maldita
carretera.
Sentí lo que es el
infierno. Quise morir, quería pararme y que aquello terminara de una vez.
En esos días se regó de
sangre la carretera de Almería.
Columnas italianas,
aviación alemana, buques de guerra nacionalistas. Fascistas europeos unidos
para masacrar, literalmente, a miles de indefensos malagueños que huíamos sin
nada, con el único objetivo de salvar lo poco de vida que nos quedaba.
Nos bombardeaban desde el
cielo, nos bombardeaban desde el mar. Las bombas caían cerca nuestra, pero
afortunadamente, ni a mi mamá, ni a mí nos alcanzaron. Pero desgraciadamente
vimos como alcanzaron, hirieron, desangraron, destrozaron, rompieron, …,
mataron, a miles de personas, que lo único que hacían era, al igual que
nosotros, huir de esa barbarie.
Ha sido lo peor que yo he
vivido, y sigo viviendo, ha sido lo peor que ha pasado en la atroz Guerra Civil
española, …, quizás ha sido lo peor que puede vivir un niño, ... una persona.
Todavía cierro los ojos y
veo aquellas escenas. Aquellas escenas que se repetían día a día, y que solo
nos dejaba descansar un rato en las frías, heladas, noches a la intemperie, de
aquel febrero de hace 83 años.
Escenas que se componían
de un ritual muy simple, intentar matar a los malagueños que huíamos por la
carretera de Almería. Matarnos con bombas, bombas que provenían de barcos y de
aviones. Todo un despliegue fascista para matar a pobres indefensos que
corríamos sin mirar hacia atrás, sin disponer de un solo tirachinas con el que
poder defendernos de esos barcos de guerra y aviones que nos ametrallaban desde
el mar y el cielo.
Nosotros llegamos a
Almería, y después a Barcelona, y salvamos la vida, pero lo que nunca podremos
es dejar de pensar en lo que vivimos, y lo que nunca, nunca, nunca quiero es
que olvidemos a los miles de malagueños que fueron exterminados en esa puñetera
carretera.
Que la memoria prevalezca,
y recordemos siempre a las decenas de miles de malagueños y malagueñas que
tuvieron que huir de la barbarie fascista por la Carretera de Almería, la gran
mayoría de ellos, por el simple hecho de defender la legitimidad democrática,
la república y los valores de izquierdas.
Que la memoria prevalezca,
pero también exijo que algún día cercano se haga justicia.
Por ellos, siempre,
siempre, mi más sincera admiración, homenaje, reconocimiento y declaración de
que siempre, siempre, los tendremos entre nosotros y los recordaremos como
héroes.
Esto solo ha querido ser
unas líneas de homenaje en el día de hoy, cerca del 7 de febrero, a mi padre,
Rafael Fuentes Aragón, y a mi abuela, Enriqueta Aragón Benítez, recordando lo
que tuvieron que pasar, cuando siendo demasiado niño mi padre, y demasiado
joven mi abuela, tuvieron que huir por ese infierno de la Carretera de Almería.
Y a mi abuelo, al que
nunca lo conocí, porque lo mataron defendiendo la LIBERTAD, la DEMOCRACIA y la
REPÚBLICA.
(Lo escribí hace tiempo, y quiero recordarlo todos los 7 de
febrero)
No hay comentarios:
Publicar un comentario