domingo, 12 de febrero de 2017

Ryanair, el éxito de fastidiarte


Hay cosas que son difíciles de entender y aún más de explicar en el sector turístico. Podríamos poner decenas de ejemplos, pero hay uno que a mí me deja alucinado, y es como Ryanair puede ser la primera aerolínea de Europa por tráfico. Así es, ha cerrado 2016 con unos 117 millones de pasajeros, creciendo un 15 %.

Es decir, te fastidian desde el minuto uno hasta el noventa (o noventa y tres si hay prórroga), y encima la clientela la premiamos usando cada vez más sus servicios.

Solo hay una explicación, definitivamente, somos masoquistas.

Seguidme en un viaje por lo que puede ser una experiencia única (pero en negativo) de usar uno de sus trayectos. Y no es porque me haya pasado a mí, que me ha pasado, es porque en cualquier conversación siempre se escucha lo mismo. Empecemos.

Primero, “te lo tienes que hacer todo”, casi tienes que pilotar el avión. Te tienes que sacar la reserva, tienes que estar atento para sacar la tarjeta de embarque para que no te penalicen con 50 euros por si no la llevas impresa, tienes que pagar adicionalmente por la maleta que factures, tienes que sacarte el asiento en el que quieres viajar (también bajo pago, claro), tienes que limpiarte el asiento, … incluso le tienes que dar tú los buenos días a los auxiliares de vuelo.

Segundo, “viva la incomodidad”. Bueno, ya llegas al aeropuerto con tus papelitos en la mano, y si un aeropuerto ya es incómodo de narices, volar con Ryanair es la matrícula de honor a la incomodidad. Después de que te jodan manifiestamente dejándote casi desnudo en el control de policía, con los zapatos en las manos, el abrigo bajo el brazo y el cinturón en los dientes, te diriges a la puerta de embarque de Ryanair, ¿y dónde está?, pues obvio, en la última puerta del último rincón del maldito aeropuerto. ¿Y qué crees que vas a tener un finger para entrar al avión?, jajaja, ni te lo crees. Ahora baja la escalera, espera la cola, móntate en un autobús que tarda diez minutos en salir, aguanta veintiséis achuchones, recorre quince kilómetros en el autobús y, por fin, llegas al avión. Ahora es cuando sales del autobús y por una minúscula escalerita llegas al avión, ya casi exhausto.

Tercero, “la simpatía no existe”. Será cierto que no descansan, será cierto que llevan diez horas volando, será cierto que ganan poco, será cierto que tienen un contrato de quince días, será cierto que están hasta los huevos, … pero lo que también es cierto es que te regañan a la más mínima. Tienes que estar sentadito y calladito, de lo contrario, regaño al canto.

Cuarto, “te haces contorsionista”. Piensas, ¿estoy más gordo y más alto?. ¿Más alto?. Puedes estar más gordo, pero a los cincuenta ya no creces, … más bien al contrario. Al final ni estás más gordo, ni más alto. Es que hay un cabrón, que ha ideado que quitando dos centímetros de ancho al asiento y tres de espacio con el de adelante, caben cuatro pasajeros más en el avión, … y a joderte de nuevo, empiezas a doblar las piernas como puedes, encojes la barriga y metes los hombros para adentro aguantas la respiración, … de todas formas, solo son tres horas y media, piensas ya bastante cabreado.

Quinto, “empieza la feria”. La verdad es que parece una película de Almodóvar lo que sucede dentro del avión. Si no nos descojonamos o nos vamos a manifestarnos a Dublín, es porque nos tragamos todo lo que nos echen. Digo que empieza el espectáculo, y lo voy a intentar relatarlo de forma resumida:
  • Estás cansado y lo que quieres es descansar esas tres horas de vuelo, aunque sea hecho un ocho, hasta llegar a tu destino.
  • Despega el avión y al momento está la azafata (o azafato), ofreciéndote una bebida fría o caliente, … pero como en las ferias de nuestros pueblos andaluces, gritando la mercancía en perfecto alemán, … si vas a Alemania, claro.
  • A los cinco minutos, cuando estás leyendo el periódico, que previamente has doblado en seis trozos para que te quepa en el minúsculo espacio que te ha tocado, llega la misma azafata, ofreciéndote unos “bocadillos calientes recién hechos”, … aunque siempre se le acaba de terminar el que hayas pedido y al final te tomas el único que tienen, a un precio por las nubes, … nunca mejor dicho.
  • Seis minutos y medio … y ves que viene otra vez hacia ti, la azafata que ahora va gritando que recoge los envases de las tres únicas personas que han pedido algo, de las más de doscientas que vamos en el avión. Pero ese sueño que empezabas a tener, te lo manda al carajo.
  • Cuatro minutos y veinte segundos después, “Tin, Ton, … dentro de unos minutos pasarán nuestro equipo de a bordo para venderles …”, ya no sigues escuchando, ya piensas que te será imposible dormir nada, … pero lo intentas.
  • Y era cierto, después de cinco minutos en silencio, aunque sigas encogido, sigues pensando en dormir algo … cuando pasa lo inevitable. Ves llegar el carrito, detrás la azafata y, “coño ¿qué venderá ahora?, piensas”, … aunque todavía está a diez metros de ti, la escuchas perfectamente vocear algo así como “perfumes, tabaco, collares, artículos electrónicos, …”. No te lo puedes creer, pero te lo crees. Miras atentamente y compruebas como nadie de tu alrededor compra nada, pero todos están ya cabreados.
  • Ya parece que te llega la paz y el sosiego. Después de haberte cambiado unas treinta y dos veces de mini postura, parece que vas, por fin, a descansar. Por los cojones. “Tin, Ton” y escuchas algo que piensas que no puede ser, que estás equivocado, que estabas dormido, que no, que no puede ser. Pero si es. Te invitan a jugar a una especie de lotería, pagando claro. Ya te descojonas en tu mini sitio de la risa, te parece todo hasta simpático, te entra el síndrome de Estocolmo, y aunque no juegues, le dices a tu ya amiga azafata, “deme uno”. Intentas sacar la cartera como puedes, cosa que no es fácil sin darle codazos a tus compañeros de asientos, pagas y con felicidad rascas tu lotería.
  • Ya no quieres dormir, quieres que siga la fiesta. Y sigue. Vuelven a pasar, ahora otra vez con el “café, té, agua, cerveza, refrescos, …”, y otra vez tus pensamientos se vuelven a cuando eras joven y escuchabas vocear esas mismas palabras en la feria de tu pueblo. Y le das las gracias a Ryanair por hacer que te vuelvan esos recuerdos.
  • Ya no tienes sueño, quieres que eso sigua. Y sigue. La ves venir de nuevo, estás intranquilo, ¿qué me venderá ahora?, ¿a qué jugaremos ahora?, … pero no, te equivocaste. Esta vez lo que dicen es que si quieres una bolsita para meter dentro la lata de Coca Cola y el cartoncito de la lotería, … que como esperabas no te ha tocado ni la devuelta.
  • Diez minutos tranquilo, estás triste, hasta que oyes “Tin, Ton”, te alegras, ¿cómo seguirá esto?. Y dice la voz a veinte decibelios “Pasamos por zona de turbulencias, por favor, …”, y piensas que por qué razón siempre tiene que pasar el avión por zonas de turbulencias, que en tu vida has hecho un vuelo que no haya pasado por esa zona, que no sabes lo que es, pero que siempre te toca.
  • Ya está, quedan diez minutos para llegar, voy a descansar.
  • ¡¡Iluso !!.¡¡ Os lo juro !!, vuelven a pasar por tercera vez vendiéndote más café, más té o más cervezas, … y piensas que Pepe el del Bar La Esquina que tanto frecuentas, tiene que aprender mucho de estos de Ryanair.
Sexto, “acuérdate del segundo”. Escalerita, autobús, achuchones, más escaleritas, codazos para coger la maleta de la mini cinta, … te acuerdas de la familia de algunos, y por fin, sales del aeropuerto.

Séptimo, “¿dónde coño estoy?”. Has llegado a tu destino, pero si ibas a Varsovia, o a Berlín, o a París, o a Londres, … ¿por qué estás en este aeropuerto tan pequeñito que no te suena de nada y a sesenta kilómetros de la Ciudad?. Joder, te das cuenta, debería de haber leído el aeropuerto al que me llevaban, y vuelves a pensar, que te has vuelto a equivocar y que tienes que gastarte sesenta euros en taxi.

Octavo, “lo juras por tu madre”. Ya no vuelvo a viajar con Ryanair, … aunque a los dos meses se te olvida, tienes que hacer un viaje a Holanda, y … vuelves a pecar, y vuelves a pasar todo ese calvario.

Pues muy bien, a pesar de todo esto, que posiblemente coincides conmigo de que es cierto, Ryanair es la primera aerolínea europea, … y si me guardan el secreto … yo también soy masoquista y vuelo a menudo en ella.


martes, 7 de febrero de 2017

Hoy es 7 de febrero

Lo escribí hace un año, y quiero recordarlo todos los 7 de febreros.


Hoy es domingo, pero un domingo muy raro. Todo a mi alrededor está alterado, todo son carreras, voces, vecinos buscando a sus hijos, familias cargadas de bultos, saliendo, huyendo de sus casas.

Yo quería ir a buscar a Juanito y a Paco para jugar, como todos los domingos, pero mi mamá no me ha dejado. Llevamos unos meses muy mal, desde que mi papá se fue a defender a la República y la Democracia, como dice mi mamá, todo ha cambiado. Ya no somos felices, ya no estamos tranquilos, ya no hablamos con casi nadie, ya casi no voy al cole, ya no me deja salir de casa, …, y hasta pasamos hambre.

Hoy es domingo, 7 de febrero de 1937, y aunque solo tenga cinco años, veo que va a pasar algo, no es normal todo lo que está sucediendo. Veo un continuo trajín de mujeres entrando y saliendo, veo a mi madre como llora al mirarme. Hoy es un simple 7 de febrero, pero parece que es el último día de la humanidad.

Se abrió la puerta y entra mi tío Antonio, le dice a mi mamá que lo acompañe a la cocina. Cierran la puerta, pero me voy a escuchar lo que dicen. Tengo frío, estoy asustado, ¿qué está pasando?.

Mi tío dice, escucha Enriqueta, mañana llegarán a Málaga unos 25.000 soldados fascistas, son alemanes, italianos, moros y los nacionales. El general Queipo de Llano ha dicho que arrasarán Málaga, que violarán a las mujeres y que matarán a los hombres que hayan tenido algo que ver con la República. Tienes que irte, por aquí todos saben que tu marido es socialista e irán a por tí. Coge a Rafalito y vete, vete ya, por la carretera de Almería, no cojas nada, sólo al niño, y vete. ¿Me has escuchado?, vete ya, le dijo, gritando esto último.

Yo empecé a llorar, salieron y me vieron acurrucado al lado de la puerta, llorando y sin entender nada, pero con una sensación de que se acababa el mundo, y no sabía la razón, de toda aquella sin razón.

Mi tío Antonio se despidió, le dijo a mi mamá que se iba a esconder en un cortijo de Alhaurín, volvió a insistir en que nos fuéramos ya, y él se fue, literalmente, corriendo.

Vámonos, me dijo mi mamá. Hijo mío, nos tenemos que ir, me volvió a decir, acariciándome el pelo. Coge los zapatos y el chaquetón, y nos vamos.

Pero, ¿a dónde?, ¿cómo?, ¿por qué?, …, le preguntaba a mi mamá, sin tener ninguna respuesta, ya que ella estaba cogiendo una sábana, metiendo cosas dentro y haciendo una especie de saco con ella.

Rafalito, ¿me has escuchado?, que nos vamos ya, haz lo que te he dicho. Yo estaba paralizado, no podía moverme, tenía solo cinco años pero me daba la sensación que a partir de ese día nunca nada sería igual. Me sobrepuse como pude, e hice lo que me dijo mi mamá, cogí los zapatos y me puse el abrigo.

A continuación me dijo que me quedara allí quieto, sin moverme de la silla y salió al patio. Escuché como se abrazaba y lloraba con la Paca, con Carmen, con Isabel, …, llorando volvió a la casa, me agarró de la mano, tiró de mi con fuerza, y llorando, ahora los dos, nos fuimos de nuestra casa, sin mirar hacia atrás y sin saber si alguna vez volveríamos a verla, o incluso, si volveríamos a ver amanecer un nuevo día.

A partir de ahí viví, la semana más trágica que se pueda vivir, la semana que nunca olvidaré, aunque tuviera quinientos años, la que me hizo hacerme adulto sin pasar por la niñez, la que he recordado cada una de las noches de mi vida, y que estoy seguro que recordaré, en las que me quede por vivir.

Fueron siete días de horror, de espanto, de pánico, de sangre, de violencia, de muerte, de desgarros familiares, de un lloro continuo que hacía imposible escuchar cualquier otra cosa que no fueran gritos o bombas. Bombas de aviones, bombas de barcos, sonido de ráfagas de disparos hacia nosotros.

Nunca, nada ni nadie, podrá imaginar algo más espantoso que ver como matan a miles de mujeres que huían corriendo y desesperadas, cubriendo con sus cuerpos a sus hijos y ancianos padres.

Así fue, así pasó, así lo sigo viviendo todos los días en mi cabeza. Machaconamente, repetitivamente.

Salimos corriendo para el centro de Málaga, nosotros vivíamos en lo que ahora es Dos Hermanas. Yo pensé que íbamos al centro, a casa de mi tío Federico, pero me equivoqué, no pasamos por el centro, nos dirigimos por el puerto, camino a algún lugar que yo no conocía, que nunca pasé por allí, …, pero no estábamos solos, no.  Aquello, efectivamente, era una auténtica "desbandá".

Aquella situación era dantesca, decenas de miles de personas nos agolpábamos por esas pequeñas calles, casi corriendo, y casi todos teníamos la misma fisonomía. Mujeres cogiendo a sus hijos de las manos, con sus ancianos padres y madres al lado y llevando, casi con los dientes, algunas pertenencias que se negaban a dejar olvidadas.

Decenas de miles de niños que no sabíamos la razón de aquello, que solo íbamos corriendo por una carretera que no sabíamos a donde nos llevaba, en un estado de dolor, de rabia, acompañado del lloro de los mayores.

Una carretera que no sabíamos a dónde conducía, maldita carretera de Almería.

Maldita carretera en la que vi, con mis cinco años, morir a cientos de personas, mujeres jóvenes, niños pequeños, dulces ancianos. Vi desangrarse a un niño, mientras mi mamá intentaba socorrerlo, vi muchos trozos de cuerpos humanos dispersos por esa maldita carretera.

Sentí lo que es el infierno. Quise morir, quería pararme y que aquello terminara de una vez, pero no podía dejar sola a mi mamá.

En esos días se regó de sangre la carretera de Almería.

Columnas italianas, aviación alemana, buques de guerra nacionalistas. Fascistas europeos unidos para masacrar, literalmente, a miles de indefensos malagueños que huíamos sin nada, con el único objetivo de salvar lo poco de vida que nos quedaba.

Nos bombardeaban desde el cielo, nos bombardeaban desde el mar. Las bombas caían cerca nuestra, pero afortunadamente, ni a mi mamá ni a mí nos alcanzaron. Pero desgraciadamente vimos como alcanzaron, hirieron, desangraron, destrozaron, rompieron, …, mataron, a miles de personas, que lo único que hacían era, al igual que nosotros, huir de esa barbarie.

Ha sido lo peor que yo he vivido, y sigo viviendo, ha sido lo peor que ha pasado en la atroz Guerra Civil española, …, quizás ha sido lo peor que puede vivir un niño, ..., una persona.

Todavía cierro los ojos y veo aquellas escenas. Aquellas escenas que se repetían día a día, y que solo nos dejaba descansar un rato en las frías, heladas, noches a la intemperie, de aquel febrero de hace 77 años.

Escenas que se componían de un ritual muy simple, intentar matar a los malagueños que huíamos por la carretera de Almería. Matarnos con bombas, con bombas que provenían de barcos y de aviones. Todo un despliegue fascista para matar a pobres indefensos que corríamos sin mirar hacia atrás, sin disponer de un solo tirachinas con el que poder defendernos de esos barcos de guerra y aviones que nos ametrallaban desde el cielo.

Nosotros llegamos a Almería, y después a Barcelona, y salvamos la vida, pero lo que nunca podremos es dejar de pensar en lo que vivimos, y lo que nunca, nunca, nunca quiero es que olvidemos a los miles de malagueños que fueron exterminados en esa puñetera carretera.

Que la memoria prevalezca, y recordemos siempre a las decenas de miles de malagueños y malagueñas que tuvieron que huir de la barbarie fascista por la Carretera de Almería, la gran mayoría de ellos, por el simple hecho de defender la legitimidad democrática, la república y los valores de izquierdas.

Que la memoria prevalezca, pero también, que algún día cercano se haga justicia.

Por ellos, siempre, siempre, mi más sincera admiración, homenaje, reconocimiento y declaración de que siempre, siempre, los tendremos entre nosotros y los recordaremos como héroes.


Esto solo ha querido ser unas líneas de homenaje en el día de hoy, 7 de febrero, a mi padre, Rafael Fuentes Aragón, y a mi abuela, Enriqueta Aragón Benítez, recordando lo que tuvieron que pasar, cuando siendo demasiado niño mi padre, y demasiado joven mi abuela, tuvieron que huir por ese infierno de la Carretera de Almería. Y a mi abuelo, al que nunca lo conocí, porque lo mataron defendiendo la LIBERTAD, la DEMOCRACIA y la REPUBLICA.